Esta semana he
cumplido mi primer año en Bristol, y casi me da vértigo al echar la vista atrás
y darme cuenta de lo mucho que ha cambiado mi vida y la de mucha gente cercana
a mí desde que llegué aquí. Para quitarle hierro al asunto, Kristina me envió
uno de esos tests de Facebook que sirven más para pasar el rato que para sacar
conclusiones serias. El título, “How English are you?”, me pareció divertido,
así que acepté el reto. Y al ver el resultado, pensé que era una broma
pesada: según el test, soy un 62% inglés.
Aunque esto no es más que una anécdota, la traigo para ilustrar la idea de que, después de un
año en Bristol, me doy cuenta de que hay cosas de este país que me gustan (!). Si os
soy sincero, yo no estaba precisamente enamorado de la cultura británica cuando
vine aquí, sino que más bien tomé la decisión por razones prácticas como la
proximidad geográfica, el idioma y la posibilidad de trabajar en un grupo de
élite. Tampoco tenía otras propuestas económicamente viables cuando me
ofrecieron este trabajo, así que simplemente hice las maletas y pensé que, como
en un matrimonio concertado, el cariño iría surgiendo con el tiempo. Y aunque
no todo han sido momentos fáciles en este país, ahora hay cosas que aprecio y que incluso
echo de menos cuando voy de visita a España. Cosas como que me gustan las
competiciones deportivas inglesas, que me he acostumbrado a tomar varias tazas diarias de té negro con leche y
sin azúcar y que, os lo aseguro, disfruto la vida en un sitio donde la gente es
educada y pide las cosas “por favor”.
A grandes rasgos,
estoy contento con la decisión que tomé. Elegir un destino en Europa me
facilita poder ver a mi gente con frecuencia, y también que ellos vengan de
visita. Elegir Inglaterra me ha servido también, desde luego, para darle un buen
empujón al inglés; en realidad, pienso que aprender un idioma es un proceso que
no termina nunca, y que requiere mucha práctica para que no se oxide (esta
semana dije “deducí” y “podí” mientras hablaba en español, con lo cual os diría
que ahora ya no hablo ningún idioma como Dios manda). Mi trabajo me gusta y me
estimula, me he asentado bien en mi nuevo equipo, y todo ello me hace sentir valioso y realizado como profesional.
Dicho esto, y
aunque parezca un contrasentido, también os aseguro que nunca había amado tanto
mi tierra como desde que emigré, y que una de las primeras cosas que hago cada vez que regreso al Reino Unido es planificar mi próxima visita a Murcia. Como buen español,
ya casi me he fundido todas las vacaciones de este año, así que he tenido que
idear una nueva fórmula para poder volver a casa antes de Navidad: trabajar desde casa. Julian me dio
permiso poniendo como única condición “que la visita no interfiera con el
desempeño de mis funciones”. Ni siquiera pensó demasiado en mis motivos, ya que
él sabe que somos personas muy distintas en casi todo y, hombre
práctico (en eso sí nos parecemos), se conforma con que nos entendamos bien
trabajando juntos. Julian, al igual que la mayoría de ingleses con los que
trato a diario, estallaría en una sonora carcajada si supiera que un test de
Facebook dice que soy un 62% inglés.