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domingo, 22 de febrero de 2015

Juan Antonio en Bristol

Después de haber utilizado ya unas cuantas veces (¡y las que me quedan!) el servicio de la aerolínea Ryanair entre Bristol y Alicante, me he ido haciendo una idea del perfil de los viajeros a fuerza de entablar conversaciones o simplemente escuchar a mi alrededor. Hay ingleses de todo tipo, y eso incluye desde familias con niñas adorables que te sonríen con inocencia hasta animales nocturnos que embarcan en el punto álgido de una borrachera; y casi todos ellos tienen en común que les gusta venir de vacaciones a nuestro soleado sureste español. Y también hay muchos españoles, claro, y cada uno tiene su historia. Buena parte de los paisanos que encuentro a bordo son jóvenes que como yo han decidido probar suerte en Reino Unido por una temporada. Otras veces viajo con españoles que van o vienen de visita porque alguien que vive en Bristol les ha convencido para elegir este destino, en lugar de otros más explotados turísticamente en las islas británicas como Edimburgo, Dublín o, sobre todo, Londres. Pero me gusta pensar que en cada vuelo hay oculta alguna historia fuera de lo común, inspiradora, de esas que nos dejan una sonrisa y nos animan a dar lo mejor de nosotros mismos cada día. Como la que os traigo hoy.


Cuando vi el mensaje de Juan Antonio en mi bandeja de correo electrónico, me alegró tener noticias de un gran tipo, tan grande que en mi promoción de carrera lo elegimos padrino y él nos correspondió con un trabajado discurso frente a los demás profesores durante nuestro acto de graduación, y luego con una noche de fiesta en la que demostró tener el aguante de un veinteañero. Juan Antonio me escribía después de mucho tiempo para decirme que estaba pensando en aprovechar el período de cuatro semanas sin clases después de Navidad, para hacer una estancia breve en el extranjero y mejorar su inglés. Me aclaró que nunca había vivido fuera de España, y que lo más importante para él era encontrar un lugar agradable para vivir. Y como me dijo que no le importaba vivir en una casa con una alemana de vida frenética, un niño algo revoltoso y una gata más mimosa de lo habitual, pues le dije que me dejara encargarme del asunto...

Llegué tarde a su encuentro, y para entonces Kristina me esperaba junto a su coche para darme el primer abrazo en 2015, mientras Alex volvía tarumba al recién llegado contándole batallitas desde los asientos traseros. Juan Antonio se pasó su primer domingo en Bristol mucho menos hablador de lo que yo lo recordaba - el cambio de idioma a veces comporta cambios considerables en la forma de relacionarnos con los demás - pero escuchó sonriente y con atención los consejos de Kristina y, al igual que el resto de los adultos, se dejó convencer por Alex para ver la segunda parte de Gru: mi villano favorito, aunque el sofá grande estaba al completo y la gata se había apropiado del pequeño y no parecía dispuesta a compartirlo. Cuando acabó la sesión de cine me despedí de él hasta el siguiente fin de semana, sintiendo curiosidad por saber cómo le iría a este hombre que había decidido dejar por unas semanas su rutina habitual de trabajo, su familia y el sol y la buena comida de Murcia para venir a probarse en mi nuevo entorno...

La primera semana de Juan Antonio en Bristol fue la más fría que yo recuerdo por aquí. También llovió casi todos los días. Y sobre todo, el protagonista de esta entrada se tuvo que enfrentar diariamente al "chaparrón" del inglés, que si para cualquier español recién llegado aquí es un reto, para él lo era un poco más por pertenecer a las generaciones que solo estudiaban francés en la escuela. Pero Juan Antonio estaba aquí porque quería, y como dice el refrán que "palos con gusto no duelen", el viernes por la noche le encontré con la misma sonrisa con la que nos habíamos despedido días atrás. Al día siguiente organizó una suculenta cena en Sea Mills con solomillo a la pimienta como plato fuerte. Kristina se ofreció para hacer la compra juntos, y hubo un momento de confusión en el que Juan Antonio estaba pidiendo "papel negro" y "papel verde" (en lugar de pimienta), y Kristina le preguntaba entre risas: "pero bueno, ¿tú qué nos quieres poner en el plato esta noche?" Al final se las arreglaron para entenderse, y el resultado fue tan sabroso que Kristina me insistió en que la enseñara a decir "la salsa es fantástica" para elogiar a Juan Antonio en su lengua materna. Y para el domingo, Bristol nos regaló un día soleado, así que le enseñé los puntos emblemáticos de la ciudad y pudo hacerse la foto de rigor junto a la estatua de uno de sus actores favoritos, el bristoliano ilustre Cary Grant.

Y así fueron pasando las semanas, con la versión inglesa de Juan Antonio cada día acercándose un poquito más al original español. Estuvo algunos días en mi trabajo, y a George le cayó tan bien que salieron a tomar café varias veces, y se las arreglaron para entenderse. También se las arregló para entenderse con mi amigo inglés Mark, y se quedó tomando con él la última pinta antes de coger juntos el bus nocturno de vuelta hacia Sea Mills. Incluso se las arregló para entenderse con la gata Kalli, que a partir de la tercera semana ya le daba golpecitos en la puerta de la habitación para que la dejara pasar. La última vez que le visité en casa de Kristina, me dijo que hacía un balance muy positivo de su experiencia aquí, y añadió con un brillo pícaro en los ojos: "ahora podría enseñarte yo algunos rincones de Bristol que tal vez no conozcas". Esa noche nos deleitó con una paella, y mientras le hacíamos una foto como chef en funciones, nos retó a sacar otra foto posterior dejando patente que habíamos hecho los honores a su obra culinaria. También tuvo palabras muy emotivas para agradecer a Kristina su hospitalidad, y lanzó un segundo reto: que ella y Alex le devuelvan pronto la visita en Murcia. Y ya veremos qué pasa, porque Kristina no es de las que se arruga ante los retos...