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domingo, 18 de enero de 2015

Una entrada post-navideña (?)

¡Feliz 2015 a todos! Espero que, como yo, hayáis empezado el año con ilusiones y energías renovadas. Llevo varias semanas queriendo escribir una entrada post-navideña para inaugurar este nuevo año en el blog. El ambiente ayuda, ya que esta semana ha nevado un poquito (¡por fin!) en Bristol. Pensé que podría darle a mi entrada un toque histórico, y hablaros un poco de la Primera Guerra Mundial, ahora que se ha cumplido el primer centenario de la impresionante Tregua de Navidad. Luego pensé en escribir acerca de algo más inocente, si es que esa palabra se puede aplicar a Alex, y contaros lo bien que trata Santa Claus a mi niño preferido en este país. Y eso después de episodios de sinceridad extrema como entrar a la nueva casa de Claire en Sea Mills y soltarle en la cara: "¡qué casa tan pequeña, mi casa es mucho más grande que ésta!", o acercarse a una de sus cuidadoras en la escuela para preguntarle: "oye, ¿y tú por qué estás tan gorda?" Pero el caso es que, a la hora de sentarme a escribir sobre algo navideño, lo que me vino a la mente no fueron ni los deseos de paz en el mundo, ni la felicidad de los niños al recibir sus regalos, ni la nieve cubriéndolo todo con su manto blanco. En lugar de todo eso, os voy a hablar de algo que no me negaréis que también se lleva mucho en estas fechas: las comilonas.


El 2014 lo despedí con mis compañeros de piso con una copiosa y suculenta cena navideña. Christina, que ya es la que manda y también la mejor cocinera entre nosotros, se ofreció para preparar el menú, aunque el promotor de la idea fue Richard. Tenía que ser él. En realidad, Richard ha estado involucrado en todos los acontecimientos relacionados con comida desde que me mudé aquí hace ahora un año. Los dos hemos tomado la costumbre de regalarnos los alimentos perecederos cuando uno de los dos se va de viaje. Así, una noche encontré un filete de trucha en mi estante del frigorífico, y pensé: "qué bien, mi amigo Rich me dejó esto ayer antes de irse a Corea del Sur para que yo lo gaste". Pero el motivo de ese regalo inesperado no era el viaje de Richard, sino la falta de espacio en el estante de Christina, que volvía más tarde a cada pensando: "qué bien, aún me queda trucha para cenar esta noche, no hay nada mejor para reponerse de una tarde de trabajo larga y ajetreada". Yo no estaba para presenciarlo (por suerte), pero parece que a Christina no le sentó muy bien el accidente. Esto me lo contó Paula, que se acaba de mudar y ha dejado su habitación a una inglesa que se llama Lauren y parece bastante simpática. Pero antes de irse, Paula también fue víctima de otro malentendido. Su caso fue algo más dramático, ya que regresaba muerta de hambre a las 4 de la mañana después de trabajar como camarera, y su mayor deseo a esas horas era acabarse la empanada que había cocinado con esmero la noche anterior. Sin embargo, al llegar descubrió con zozobra que alguien había hecho ya el trabajo por ella. Sospecho que se fue sin perdonarnos el incidente, ya que el culpable no salió a la luz, pero unos días más tarde Richard me confesó que probablemente había sido él: "esa noche tuve la cena de Navidad de mi empresa, y llegué a casa tan borracho que tal vez me comí lo primero que encontré pensando que era esa tortilla de patatas que tú habías cocinado y que me invitaste a probar".
 
Pero estaba con la cena navideña de nuestro piso. Richard y yo decidimos que tenía que haber pavo, ya que él es un carnívoro consumado y yo quería un menú típico de estas fechas por aquí. Christina nos mandó la lista de la compra por WhatsApp, y al día siguiente regresé del trabajo y el agradable aroma que salía de la cocina me hizo sentirme en casa como pocas veces desde que llegué a este país. Y a la hora de la cena, decidimos poner el pavo relleno en el centro de la mesa, ya que había tantas guarniciones distintas que no cabían todas en el plato. "Se me ha ido un poco de las manos", decía Christina entre risas. Me dediqué a imitar a los locales, que vertían el gravy sobre la carne y los Yorkshire puddings. Christina también había puesto tiras de bacon antes de meter el pavo al horno, no fuera a ser que nos quedáramos alguno con hambre. En cuanto a las verduras, había patatas, zanahorias, guisantes y chirivías. Y de postre teníamos mince pies, unas tartaletas de fruta que se suelen tomar en diciembre acompañadas de un vino caliente con especias que también es tradicional en Alemania, el mulled wine.



Y para empezar el año, ¡otro atracón! Esta vez de buena mañana, para compensarme por el madrugón extremo para asistir a la reunión en Londres la pasada semana. Mientras tomábamos asiento en el restaurante italiano que habíamos elegido para desayunar, mi estómago me recordaba ruidosamente que llevaba 3 horas en pie y sin echarle nada al depósito. Así que me decidí por un desayuno inglés típico, de ésos que tomaban con frecuencia los trabajadores de los muelles de toda Gran Bretaña para aguantar varias horas de trabajo duro antes de que abriera el pub más cercano, y que hoy en día se han quedado ya en algo para el recuerdo o para el deleite de turistas y viajeros hambrientos como yo. Julian sonreía con aire condescendiente mientras yo daba buena cuenta de las beans, el bacon, la salchicha, el huevo frito, el pan tostado y las verduras a la plancha, y me preguntaba si acostumbraba a desayunar así todas las semanas. Haciendo memoria, recordé que mi último desayuno inglés tuvo lugar justamente el día de mi entrevista de trabajo en Bristol, justo antes de conocer personalmente a Julian. Una digestión difícil.

Bueno, parece que esta entrada se ha convertido en una loa a las virtudes de la gastronomía inglesa, con lo cual algunos quizá se estén asustando. Yo pienso que cada sitio tiene sus costumbres, y que siempre se encuentran cosas interesantes y atractivas si uno mantiene la mente abierta. A la lista anterior yo añadiría otro descubrimiento, los pies, que llevan masa con relleno de carne (generalmente) y cobertura de hojaldre. Están ricos, aunque yo sigo prefiriendo los pastelicos de carne de mi Murcia natal. Aquí no estoy comiendo tan mal, aunque cada vez que me puedo escapar a España siento que allí verdaderamente disfrutamos con la comida. Richard me mandó estas vacaciones una foto con el pollo asado que se acababa de preparar, y yo le dije que nosotros también teníamos pollo en nuestra comida familiar, y que le mandaba una foto del marisco y demás aperitivos que habíamos preparado para abrir boca. Y me contestó: "Jose, ¿me puedo ir allí a vivir contigo y tu familia?" Y para completar la escena, quiero añadir que últimamente me he vuelto fan de la comida portuguesa gracias a Patricia, la última y encantadora inquilina ibérica que ha pasado por casa de Kristina. Nunca debí subestimar la influencia que Ronaldo tendría en mi vida...