Este domingo salí a cenar con Gonzalo, que es otro murciano que lleva aquí algún tiempo. Me llevó a un acogedor restaurante latino y allí, envueltos por una música que hablaba el mismo idioma que nosotros, nos pusimos a compartir experiencias con este caballo de batalla que es el inglés. Después de casi tres años aquí, Gonzalo me contaba que él sigue estudiando inglés, y que cada día se esfuerza por anotar nuevas palabras y enriquecer su vocabulario. Piensa que aún tiene mucho que mejorar, aunque a mí me pareció que tiene buen oído, ya que fue el único capaz de entender todo lo que nos dijo la camarera. Así se lo reconocí, y entonces sonriendo me contó que en sus primeros meses lo pasaba francamente mal para entenderse con los nativos bristolianos, que al parecer gastan un acento importante. Cuando comenzó a trabajar en su actual empresa le esperaba una charla con el jefe en su primer día. El hombre hablaba y hablaba, mientras él asentía acurrucado en su silla y deseando fervientemente que no vinieran preguntas a continuación (probablemente todos habéis vivido ya esto alguna vez, ¿verdad?). Y sin embargo, la pregunta llegó finalmente. El jefe quería saber si Gonzalo prefería trabajar con él o con su compañero. Mi amigo, con gesto solemne y serio, contestó con un rotundo "¡No!", ante el asombro de todos los que presenciaban la escena.
Además de entender a la gente, también es importante hacerte entender, claro. A veces no encontramos la forma de decir algo, olvidamos una palabra clave, o bien pronunciamos incorrectamente provocando que el mensaje no llegue adecuadamente al receptor; es más, algunas de estas pronunciaciones incorrectas generan situaciones muy divertidas, como la que viene a continuación. Esto ocurrió en el hotel The Washington de Bristol, en el que yo me he alojado en mis dos visitas previas a esta ciudad. El protagonista, un buen amigo de la Universidad de Murcia, llegaba para asistir a un congreso, y al hacer el check-in recordó que un colega chino también había escogido ese hotel. Prometiéndoselas muy felices, se acercó a la recepcionista, pero al plantear la pregunta no utilizó guy (tipo), sino gay. Algo confuso al ver la cara de póker que le observaba al otro lado del mostrador, todavía elevó el tono de voz para preguntar ante la jocosa mirada de los demás huéspedes: "¡Pero bueno!, ¿tan difícil es encontrar un chino gay en este hotel?"
En cuanto a mí, los que leísteis el otro blog sabéis que ya le he hecho algunos destrozos a la lengua de Shakespeare..., ¡y los que me quedan! Yo creo que la aptitud es importante para el aprendizaje de idiomas, pero que si a esta edad uno llega sin ser bilingüe, entonces lo fundamental es la actitud: tomárselo con calma, aprender a reírse de uno mismo y, desde luego, esforzarse mucho. Vivir en Reino Unido es todo un lujo cuando uno pretende mejorar su nivel de inglés, así que yo trato de sacarle partido a todas las oportunidades que se me presentan en el día a día, especialmente en el trato con los nativos. A veces ni siquiera necesito despegar los labios, y mientras estoy enfrascado en alguna tarea del trabajo se forma algún corrillo en mi sala de ingleses e inglesas con ganas de hacer un descanso informal. En mi sala esto ocurre casi a diario, ya que somos muchos, y ante su cortesía yo ya les he aclarado que no me molesta en absoluto; de hecho, tengo la sensación de que esos corrillos me están ablandando poco a poco el oído, y acostumbrándolo a los acentos de la gente de mi entorno laboral. Así que seguiré disfrutando de estos "marujeos productivos", a ver hasta dónde me llevan...
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