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sábado, 28 de septiembre de 2013

Kristina y Alex

He oído que los viernes por la noche los ingleses salen como si no hubiera un mañana, como si el cansancio acumulado de la semana se evaporase de repente. Yo también pillo los viernes con ganas, pero con ganas de descansar, y ya mañana será otro día. Otra cosa buena de la velada del viernes es que comparto cena con Kristina y Alex, la simpática familia junto a la que he comenzado esta experiencia. Hoy os contaré un poco más sobre ellos.
 
Kristina no es la alemana típica que quizá tengáis en mente. Su casa está desordenada, tan llena de chismes por todos sitios que a veces cuesta encontrar las cosas, y ya de la cocina ni hablamos... El camino más corto para llegar de casa a la estación de tren me lo enseñó ella un día. No es el más bonito pero se ahorran un par de minutos, lo cual es muy valioso si vas con el tiempo justo como suele ocurrirle a ella. A veces pienso que no se marchó, sino que la echaron de Alemania. Bromas aparte, es una mujer positiva, atenta y muy humana, la clase de persona que te gustaría tener cerca cuando vas a un sitio nuevo a empezar de cero. Kristina es muy habladora, me cuenta sus problemas con total confianza las mañanas que vamos juntos al trabajo en su coche. Su vida no ha sido ni es fácil, pero tiene un carácter valiente y decidido que se sobrepone a cualquier dificultad y que inspira a los de su alrededor. Mi casera es una mujer fuerte, pero tiene la calidez suficiente para regalarme una sonrisa si un día abre la puerta y me encuentra deambulando y con cara de estar aún un poco homesick. Y en cuanto al desorden y la impuntualidad, hay una buena explicación para todo ello: se llama Alex.
 
A Alex le gusta desayunar conmigo por la mañana. Es un niño sociable y parlanchín, así que suele aprovechar ese ratito para enseñarme algún juguete o explicarme con todo lujo de detalles la composición de sus deliciosos cereales, como si de un anuncio se tratase. Entre semana no nos hemos visto mucho por ahora, ya que su mamá intenta - casi siempre infructuosamente - tenerlo metido en la cama a las 7 de la tarde. Alex tiene sólo 4 años, y tengo que echarle imaginación para que entienda que yo tengo 28, ya que por ahora sólo sabe contar hasta 20. Aunque, para ser justos, la mayoría de las veces soy yo el que aprende de este saltimbanqui rubio que apenas me llega por encima de la rodilla. Cuando llego y lo pillo aún levantado, me gusta sentarme en el sofá y escuchar cómo aúlla lenta y musicalmente cada vocal inglesa con maestría. Si nadie lo tiene entretenido, entonces es probable que se acerque y me diga que ha escondido algo en el salón y que quiere que lo encuentre, lo cual puede ser todo un desafío (ver párrafo anterior). Un día le tuve que pedir varias pistas: ¿está cerca de la mesa? Noooo. ¿Está cerca del radiador? Nooooo. ¿Está detrás de la planta? Aquello no era una planta, sino una maceta, pero yo aún no sabía decir "maceta" en inglés. Mi pequeño interlocutor me miró con una expresión de inocente perplejidad, antes de decir un poco confuso: "eeehmm, ¿quieres decir detrás de la maceta?" 

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